lunes, febrero 27, 2006

Nike y Jordan, la creación de una marca

Klein, la controvertida autora de No Logo, describe el proceso seguido por Nike para crear su marca en torno a la figura de Michael Jordan, así como la soterrada pelea que el deportista sostendr.


Cualquier persona seriamente interesada en el universo del marketing y la creación de marcas lo sabe y no es ninguna exageración afirmarlo: pocos, pero muy pocos libros sobre Mercadotecnia son capaces de rebasar el lugar común, asombrar e insertarse a la discusión pública de la aldea global. La razón, quizá, sea el simplismo y la ausencia de espíritu crítico de la mayoría de las obras que abordan el mundo del marketing, donde un gran porcentaje de los libros dedicados al tema se limitan a ser listas de consejos simplones para “vender mejor”. Ante ese escenario, es refrescante contemplar el éxito que ha alcanzado Naomi Klein, editora de la revista Saturday Night y excolumnista del Toronto Star, con No Logo, El Poder de las Marcas. No Logo ha provocado múltiples reacciones y no es para menos. Después de todo, no es un libro que elogie a los genios mercadotécnicos de nuestro tiempo, ni una enumeración de las obviedades de siempre. Por el contrario, es una obra con un punto de partida controversial y explosivo: la autora sostiene que “a medida que los secretos que yacen detrás de la red mundial de las marcas sean conocidos por una cantidad mayor de personas, su exasperación provocará la gran conmoción política del futuro, que consistirá en una vasta ola de rechazo frontal a las empresas trasnacionales y especialmente aquellas cuyas marcas sean conocidas”. Los “sucios” secretos de los que habla Klein van desde la explotación sufridas por los trabajadores en las maquiladoras del Tercer mundo, hasta la usurpación que la mercadotecnia ha realizado de los espacios públicos y culturales que eran otrora propiedad de la ciudadanos comunes y corrientes. Más allá de simpatizar o no con los puntos de vista de Klein, el verdadero valor de leer No Logo radica en el análisis exhaustivo con el que la periodista identifica los mecanismos mediáticos y culturales con los que las grandes empresas insertan sus marcas en el imaginario colectivo del orbe. En ese sentido, No Logo es un libro valioso tanto para el ejecutivo de marketing como para el “globalifóbico” más recalcitrante. Gracias a la colaboración de editorial Paidós (www.paidos.com ), le presentamos una muestra de No Logo. En este texto, Klein exhibe la estrategia seguida por Nike para crear su marca en función de celebridades deportivas como Michel Jordan y André Agassi, así como la soterrada pelea que el astro del baloncesto sostendría para independizarse de la compañía deportiva para crear su propia marca.
NIKE Y LAS MARCAS EN LOS DEPORTES Nike ha devorado el deporte en una escala que deja pequeñas las pretensiones de las empresas cerveceras de convertirse en estrellas del rock. Ahora bien, el patrocinio del deporte, como el de la música de las grandes discográficas, es en esencia una operación con fines de lucro, razón por la cual la historia de Nike nos informa menos sobre la pérdida de espacios sin marca –y que se puede afirmar que, en este contexto, nunca existieron- que sobre la mecánica de la creación de las marcas y su poder de eclipsar todo lo demás. Nike, una empresa que traga espacios culturales con apetito de gigante, ejemplifica el caso más extremo de la supermarca de la década de los 90, y sus acciones, más que las de ninguna otra, demuestran que la creación de marcas trata de borrar toda la diferencia entre el patrocinador y el patrocinado. Es un fabricante de calzado decidido a destronar al deporte profesional, a los juegos olímpicos e incluso a los atletas más famosos para convertirse en la definición misma del deporte. El presidente de Nike, Phil Knight, comenzó a vender calzado deportivo en la década de los 60, pero no se hizo rico hasta que las zapatillas de alta tecnología se convirtieron en un accesorio imprescindible para la moda de jogging en EU. Cuando a mediados de los 80 la moda pasó y Reebok inundó el mercado con elegantes zapatillas para aerobics, Nike se quedó con un producto destinado al gran cubo de los artículos para yuppies. En vez de dedicarse a fabricar otro tipo de zapatillas, Knight decidió dejarlas en segundo plano en la nueva encarnación de Nike. Que Reebok y Adidas hicieran zapatillas; Nike habría de transformarse en lo que Knight denomina “la mayor empresa del mundo de accesorios deportivos y fitness”. La mitología empresarial mantiene que Nike es una compañía de deportes y fitness porque fue lanzada por un grupo de hombres que adoraban el deporte y que veneraban fanáticamente a los grandes atletas. En realidad, el proyecto de Nike era mucho menos complejo y en él se pueden distinguir tres principios rectores. El primero consiste en convertir a un grupo selecto de atletas en superestrellas de Hollywood que ya no se encuentran relacionadas con sus equipos, y a veces ni siquiera con sus patrocinadores, sino con ciertas ideas puras sobre el atletismo como trascendencia y perseverancia, en encarnaciones del ideal grecorromano del hombre perfecto. Segundo, enfrentar el deporte puro de Nike y de su equipo de superestrellas del atletismo contra el mundo establecido del deporte, obsesionado por las normas. El paso tercero, el más importante, es colocar la propia marca en todas partes.
PASO 1: CREAR CELEBRIDADES DEPORTIVAS Todos los días me lavanto, me meto bajo la ducha y me miro el tatuaje, y eso me da fuerzas para el resto del día. Día tras día, me recuerda lo que tengo que hacer , que es sencillamente “lograrlo” (“just do it” )- El empresario de Internet Carmine Colettion, de 35 años de edad, al hablar sobre su decisión de tatuarse el logo de Nike en el ombligo, diciembre de 1997. Lo que catapultó a Nike al paraíso de las marcas fue el extraordinario talento de Michael Jordan para el baloncesto, pero fueron los anuncios de Nike los que convirtieron a Jordan en una superestrella mundial. Es verdad que los atletas de genio como Babe Ruth y Muhammad Ali eran famosos antes de la era Nike, pero nunca alcanzaron el nivel sobrenatural de la fama de Jordan. Esa condición estaba reservada para las estrellas de cine y del pop, transformadas por los efectos especiales, la dirección artística y la cuidadosa elaboración de las películas y los videos. Antes de Nike, las estrellas del deporte, por talentosas y respetadas que fueran, seguían ancladas en la tierra. El fútbol, el hockey y el béisbol salían siempre en la televisión, pero lo deportes televisados transcurrían en tiempo real, lo que a veces los hacía aburridos, a veces interesantes, y excelentes sólo en los replays en movimiento retardado. En cuanto a los atletas que recomendaban sus productos, no podía decirse que sus anuncios y sus comerciales fueran especialmente creativos, ya se tratara de Wilt Chamberlain alimentándose con gusto con una caja de Wheaties o de Rocket Richard sentenciado a una pena de “dos minutos por ser tan guapo” en los anuncios de Grecian Formula. El anuncio televisivo de 1985 de Nike con Michael Jordan introdujo al deporte en el mundo del espectáculo: las secuencias fijas, los primeros planos y los cortes hicieron que Jordan pareciera suspendido en mitad de un salto, y producían la asombrosa sensación de que realmente sabía volar. La idea de utilizar la tecnología de las zapatillas deportivas para crear un ser superior, la idea de Michael Jordan volando por el aire con un movimiento suspendido, era la aplicación real de la capacidad de Nike para crear mitos. Estos anuncios fueron los primeros videos de rock sobre los deportes y crearon algo completamente nuevo. Como dice Michel Jordan, “lo que Phil (Knight) y Nike han hecho conmigo es un sueño”. Muchos de los anuncios de tv más famosos han empleado a las a superestrellas de Nike para transmitir la idea del deporte, y no para representar simplemente lo mejor del propio atleta. Los anuncios suelen presentar a deportistas famosos jugando juegos diferentes de los que ejercen profesionalmente, como en el caso de Andre Agassi, que mostró su versión del “golf al ritmo de rock and roll”. Y luego está la exitosa campaña de “Bo Knows”, donde el jugador de béisbol y de fútbol Bo Jackson trascendía sus dos deportes profesionales y se presentaba como el perfecto entrenador polivalente. Una serie de entrevistas breves con estrellas de Nike –como McEnroe, Jordan y Gretzky- sugería irónicamente que Jackson conocía sus actividades deportivas mejor que ellos mismos. “Bo sabe tenis”, “Bo sabe béisbol”, y así sucesivamente.
En los Juegos Olímpicos de Invierno en Nagano, Nike extrajo su estrategia del espacio controlado de sus anuncios de televisión y la aplicó a la competencia deportiva real. El experimento comenzó en 1995, cuando el departamento de marketing de la empresa comenzó a especular con la idea de convertir a un par de corredores kenianos en el primer equipo olímpico africano de esquí. Como explicó Mark Bossardet, el director mundial de atletismo de Nike: “Un día estábamos en la oficina y nos dijimos: ¿Qué tal si tomamos dos corredores kenianos y los convertimos en esquiadores de cro?” Para los directivos de Nike, los kenianos , que han dominado las competencias de carreras olímpicas desde 1968, siempre fueron la encarnación de la “idea del deporte”. (“Dónde están los kenianos”, se ha escuchado preguntar a Phil Knight después de ver una anuncio de Nike que consideró poco inspirador y heroico”, lo que en la jerga Nike significa: “Dónde está el espíritu del deporte”.) de modo que según la lógica de marketing de la empresa , si dos corredores kenianos –la encarnación viviente del espíritu del deporte- eran retirados de su actividad profesional, de su país y de su clima natal, y se les llevaba a la cumbre helada de una montaña y se lograban transferir su agilidad, su fuerza y su resistencia al esquí de cro, su éxito construiría un momento de pura trascendencia deportiva. Simbolizaría la trascendencia espiritual del hombre respecto a la naturaleza, a los derechos de la sangre, la nación y los mezquinos burócratas del deporte, y por supuesto, su plasmación en la realidad sería mérito de Nike. “Nike siempre opinó que los deportes no tienen fronteras”, anunciaba el comunicado de prensa con el logo de la empresa. Y finalmente existiría prueba de ello. Y, en todo caso, Nike lograría que se hablara de ella en innumerables artrículos de prensa, como sucedió con el extraño equipo jamaiquino de trineo que acaparó los titulares durante las Olimpiadas de Calgary. ¿Qué periodista iba a resistir el enorme atractivo del primer equipo africano de esquí? Nike halló sus conejillos de indias en los corredores de categoría media Philip Boit y Henry Bitok. Como en Kenia no nieva, ni hay federación de esquí ni instalaciones de entrenamiento, Nike financió la totalidad del extravagante proyecto , desembolsando 250 mil dólares en la preparación de los kenianos en Finlandia y en el diseño de sus uniformes, pagándoles además un salario mientras permanecían alejados de sus casas. Cuando comenzó Nagano, Bitok no se calificó y Boist terminó último, 20 minutos después del ganador de la medalla de oro, que fue Bjorn Daehlie de Noruega. Resultó que las carreras de fondo y el esquí de cro exigen aptitudes completamente distintas y el empleo de músculos diferentes. Pero eso es aparte. Antes de comenzar la carrera, Nike celebró una conferencia de prensa en su sede olímpica, amenizándola con platos y cerveza kenianos y mostrando a los periodistas un video donde los atletas veían la nieve por primera vez , chocaban con arbustos al esquiar y se caían sentados. Los periodistas también oyeron historias sobre el efecto que tuvo en ellos el cambio de clima, y cómo se les había cuarteado la piel y se les habían caído las uñas de las manos y los pies; “pero ahora”, como dijo Boit, “me encanta la nieve. Sin nieve no podría practicar mi deporte”. Como señaló el Tampa Tribune del 12 de febrero de 1998, “son sólo dos kenianos locos que tratan de triunfar en la tundra helada”. Aquello era la quintaesencia de la creación de la marca Nike: al identificar a la empresa con atletas y con el atletismo a ese nivel primario, la empresa ya no se limitaba a vestir el juego, sino que comenzaba a jugarlo. Y una vez que Nike penetró en el juego con sus atletas, podía tener hinchas y aficionados fanáticos en vez de clientes.
PASO 2: DESTRUIR A LA COMPETENCIA Como todos los participantes en el juego de la competencia, Nike quiere ganar. Mas para ella no sólo se trata de ganar la guerra de los tenis o zapatillas deportivas. Naturalmente, Nike no soporta a Adidas, a Fila ni a Reebok, pero lo más importante es que Phil Knight ha combatido contra los representantes deportivos, cuya codicia personal, según dice, crea “inevitables conflictos con los intereses de los atletas en todas las ocasiones”, con la NBA, que se siente injustamente postergada por la maquinaria de creación de estrellas de Nike, y con el Comité Olímpico Internacional, de cuyo elitismo y corrupción se burlaba Knight mucho antes de los escándalos por sobornos que estallaron en la organización en 1999. En el mundo de Nike, todos los clubes, asociaciones y comités deportivos oficiales están minando el espíritu del deporte, un espíritu que sólo Nike valora y encarna. De modo que al mismo tiempo que la maquina de fabricar mitos de Niké creaba la idea del Equipo Nike, el equipo empresarial diseñaba maneras para desempeñar un papel más activo en el deporte profesional. Primero Nike trató de suprimir a los agentes de los deportistas creando una agencia propia, que no sólo representaba a los atletas en la negociación de sus contratos, sino que también desarrollaba estrategias integradas de marketing para sus clientes que complementaran la estrategia de marca de Nike, sin amenazarla, obligando con frecuencia a otras empresas a adoptar el concepto de sus anuncios. Luego se produjo el fallido intento de formar -y de poseer- una versión de fútbol universitario de Super Bowl (el Nike Bowl), y así, en 1992, la empresa compró el tour de golf Ben Hogan y lo rebautizó Nike Tour. “Hacemos estas cosas para integrarnos en el deporte . Estamos en los deportes; eso es lo que hacemos”, dijo Knight a los periodistas en esa época. Es por cierto lo que hicieron cuando Nike y su rival Adidas organizaron su propio evento deportivo para decidir cuál de los protagonistas de sus anuncios era “el hombre más rápido del mundo, Michel Jonson de Nike, o Donovan Bailey de Adidas. Como compiten en categorías distintas (Bailey en los 100 metros y Jonson en los 200), las marcas de tenis acordaron dividir la diferencia, y la competencia fue una carretera de 150 metros. Ganó Adidas. Cuando Phil Knight afronta las inevitables críticas de los puristas del deporte, que le acusan de ejercer una influencia exagerada en los partidos que patrocina, su respuesta es siempre la misma: “El atleta sigue siendo nuestra razón de existir.” Pero como demuestra el enfrentamiento de la empresa con la estrella de baloncesto Shaquille O´neal, Nike sólo se dedica a cierto tipo de atletas. El biógrafo de la empresa, Donald katz, relata la tensa entrevista entre el representante de O´neal, Leonard Armato, y el equipo directivo de Nike: Shaq había observado la explosión que se había producido en el marketing del deporte (“hizo cursos de marketing deportivo”, dice Armato) y el ascenso de Michael Jordan, y decidió que en vez de formar parte de diversas estrategias empresariales, era posible reunir una variedad de compañías que integraran la presencia de marca que él mismo constituía. Los fabricantes d productos de consumo pasarían a formar parte del Equipo Shaq, y no al revés. “Estamos buscando una imagen coherente” , decía Armato cuando comenzó a formar el equipo en nombre de Shaq. “Como el ratón Mickey”.
El único problema era que en la sede de Nike no existe ningún equipo Shaq, sino sólo un Equipo Nike. Nike se abstuvo y pasó al jugador, que muchos creían que iba a ser el próximo Michael Jordan, a Reebok: dijeron que no era “material para Nike”. Según Katz, la misión de Knight “había sido desde el comienzo poner al deporte en un pedestal como no se había hecho nunca antes”. Pero sobre el pedestal de la ciudad Nike de Manhattan no se yergue Michael Jordan ni el deporte del baloncesto, sino una zapatilla rotatoria de marca Nike. Como una prima donna, se exhibe ante los reflectores en su calidad del primer tenis que llega a la celebridad.
PASO 3: VENDER TROZOS DE LA MARCA COMO SI FUERAN EL MURO DEL BERLIN Nada personifica la era de las marcas mejor que la Ciudad Nike, la cadena de tiendas minoristas de la empresa. Cada una es un templo, un lugar único para los fieles, un mausoleo. La Ciudad Nike de Manhattan, en la calle 57 Este, es más que un a tienda de ensueño con decoración de metal brillante y madera clara; es un templo donde se adora el logo de Nike como objeto artístico y como símbolo heroico. En todas partes se le identifica con el deporte mismo: en reverentes exhibidores de cristal que muestran “La definición del atleta”; en las citas inspiradas en torno al “Coraje”, el “Honor”, la “Victoria” y el “Trabajo en Equipo” grabados en los suelos, y en la dedicatoria del edificio “a todos los deportistas y sus sueños”. Pregunté a un vendedor si entre los miles de camisetas, trajes de baño y prendas deportivas había alguna sin el logo de Nike en el exterior. Camisetas, no. Zapatos, no. Chándales, tampoco. “Por qué”, me preguntó por fin, algo dolido. “¿Acaso alguien le tiene alergia al logo?”. Nike, la reina de las supermarcas, es como un Pac Man hinchado, tan orientado hacia el consumo que no actúa por malicia, sino por la costumbre de apretar las mandíbulas. Es rapaz por naturaleza. Parece apropiado que en la estrategia de marca de Nike figure una imagen parecida al signo de una “paloma” (V), que se utiliza para dar el ok o visto bueno. Nike da el visto bueno a los espacios a medida que los engulle. ¿Las grandes tiendas? ¡Venga! ¿El béisbol? ¡Venga! ¿El fútbol? ¡Venga! ¡Venga! ¡Venga! ¿Las camisetas? ¡Venga! ¿Los sombreros? ¡Venga! ¿La ropa interior? ¡Venga! ¿Los colegios? ¡Venga! ¿El corte de pelo militar? ¡Venga! ¡Venga! ¡Venga! Como Nike es el líder de su imposición a la marca, no es sorprendente que también haya llegado al límite extremo de las marcas: aplicarlas a la carne humana. No sólo se trata que docenas de empleados de Nike lleven el logo de la empresa tatuado en las pantorrillas, sino que las salas de tatuaje de todos los Estados Unidos informan que ese logo es el que más piden los clientes. ¿La marca aplicada a los seres humanos? ¡Venga!
LAS ESTRELLAS Y LAS MARCAS Hay otra razón del sorprendente éxito de Nike en la difusión de su marca. Las superestrellas del deporte, que son los elementos constituyentes de su imagen, esas criaturas inventadas por Nike y clonadas por Adidas y Fila, se han demostrado incomparablemente capaces de crecer en la edad de la sinergia: están hechas para la promoción múltiple. Las Spice Girls hacen películas y recorren pasarelas, pero ninguna puede lograr una medalla olímpica. Es más práctico que Dennis Rodman escriba dos libros, que actúe dos películas y tenga un propio programa de televisión a que Martín Amis o Seinfeld jueguen como defensa con los Bulls, del mismo modo que Shaquille O´Neal le resulta más fácil grabar un álbum de rap que a Sport Spice hacer la selección para la NBA. Sólo los personajes de los dibujos animados –también favoritos para la sinergia- son más versátiles que las estrellas del deporte en el juego sinérgico. Mas para Nike, el poder de sus propios patrocinados tiene un aspecto negativo. Aunque Phil Knight no lo reconocerá jamás, Nike ya no sólo compite con Reebok, Adidas y la NBA: también ha empezado a hacerlo con otra marca llamada Michael Jordan. Durante los tres años anteriores a su retiro, Michael Jordan se estuvo apartando de su papel de encarnación de Nike y convirtiéndose en lo que su agente David Falk denomina una “supermarca”. Cuando Nike se interno en el negocio de la representación de deportistas, él se negó a plegarse, diciendo que de hacerlo deberían compensarlo por los millones de dólares de ingresos que habría de perder. En vez de dejar que Nike administrara sus empresas patrocinadoras, trató de llegar a un acuerdo con ellas, como el intento de logra que Nike cambiara de empresa telefónica cuando lo nombraron portavoz de WorldCom. Otro ejemplo de lo que Falk llama “el programa de asociación de empresas de Michael Jordan” es un anuncio de WorldCom donde los actores visten gafas de sol Oakley y ropa deportiva Wilson, maracas ambas patrocinadoras de Jordan. Y por supuesto, la película Space Jam –donde actuaba el jugador de baloncesto y cuyo productor ejecutivo era Falk- fue la presentación del propio Jordan como marca aparte. El film incluía espacio para cada uno de los patrocinadores de Jordan (entre los diálogos figura el siguiente: “Michael, se acerca la hora de salir a escena. Ponte los Hanes, átate los Nike, toma tus Wheaties y tu Gatorade y te pasaremos a buscar en Big Mac”), y Mc´Donalds promovió el espectáculo con juguetes Space Jam y con “Happy Meals”.
Nike había adelantado las ambiciones de Jordan en sus anuncios “Jordan, director ejecutivo”, que lo muestran poniéndose un traje y corriendo hacia la oficina en el intervalo de un partido. Pero entre bambalinas, a la empresa nunca le gustaron las actividades independientes de Jordan. Ya en 1992 Donald Katz escribía que “Knight piensa que, en la jerga del marketing deportivo, Jordan ya no es un elemento “limpio””. Resulta significativo que Nike boicoteara el maná del patrocinio múltiple que rodeó a Space Jam. A diferencia de McDonald´s, no utilizó la película en los anuncios de los productos relacionados con ella, a pesar de que se basaba en una serie de anuncios de Nike que presentan a Jordan y Bugs Bunny. Cuando Falk reveló a Advertising Age que “Nike tiene algunas reservas sobre la implementación de la película”, estaba diciendo lo mínimo. Jim Riswold, desde mucho tiempo encargado de la publicidad de Nike, y que fue quien tuvo la idea de unir a Jordan y a Bugs Bunny en el comercial de los zapatos tenis, se quejó al Wall Street Journal porque Space Jam “es principalmente un filón comercial y sólo secundariamente una película. La idea es vender muchos productos”. Fue un momento histórico de la cultura de las marcas, que invirtió por completo la relación tradicional entre el arte y el comercio: un fabricante de zapatos tenis y una agencia publicitaria que se quejaban de que una película de Hollywood manchaba la pureza de sus anuncios. Por el momento, al menos, reina la paz entre las supermarcas enemigas. Nike ha dado más libertad a Jordan para desarrollar su propia marca, siempre dentro del imperio de Nike, pero con más independencia. En la misma semana en que seretiró del baloncesto, Jordan anunció que pensaba extender la línea de ropa JORDAN de los atuendos de baloncesto a los de la calle, compitiendo directamente con Polo, Hilfiger y Nautica. Ya afirmado en su papel de ejecutivo, y no de promotor famoso, contrató a otros atletas profesionales para que publicitaran la marca JORDAN: Derek Jeter, un jugador de los New York Yankees y el boxeador Roy Jones Jr.. Y desde mayo de 1999 la marca JORDAN se exhibe en sus propias “tiendas de concepto minorista”, de las que hay dos en Nueva York y una en Chicago; además, se abrieron 50 más a fines del 2000. Jordan había logrado materializar su deseo: poseer una marca propia con famosos que la publicitaran.

Empresario del Siglo XXI

Carlos Llano Cifuentes, uno de los pensadores empresariales más importantes del país, nos da el perfil del entrepeneur que necesita el México del siglo XXI.

En estos días, caracterizados por el humor transicional y peticiones de cambio dentro y fuera del gobierno, se oyen frecuentemente voces que solicitan modificaciones en el modelo económico del país. Dudo que muchos sepan qué quieren decir cuando piden un nuevo modelo económico. En cualquier caso, ningún modelo económico es capaz por sí solo de hacer que los mexicanos hagamos un buen trabajo. Para ello se necesita, además de un apropiado enfoque de la macroeconomía, un marco jurídico coherente, y sobre todo un conjunto de convicciones éticas vividas por los ciudadanos. Lo que necesitamos es un nuevo modelo de empresa, aunque no se desprecien ni las grandes visiones de la economía ni los amplios marcos jurídicos. El nuevo modo de hacer la empresa requiere un nuevo modo de ser del empresario. El empresario del siglo XXI, por un lado, ha de saberse manejar entre la expansión globalizadora de los mercados y la contracción especialista de sus servicios o productos; pero también, por otro lado, ha de lograr una síntesis entre las vertientes humana y tecnocrática de la empresa; por último, el empresario que no consiga la subordinación de la competencia a la colaboración, no alcanzará mantener a flote a su organización, cuya cohesión se observa cada vez más atacada.
1) Globalización y especialización La globalización se extiende a los ámbitos del mercado, de la adquisición, del capital, de la cultura y del personal de trabajo. Nuestra mirada directiva se refería antes a un contorno específico del mercado. Esta perspectiva mercantil ya no sirve: los mercados han perdido la posibilidad de manejarse en plural. Se han hecho universales las informaciones mercantiles: el internet generaliza cualquier oferta y cualquier demanda. El mercado más grande del mundo no es Estados Unidos, sino el mundo mismo: nuestro primer cambio es el de alargar el horizonte de nuestra mirada. Mas la globalización no se refiere sólo al mercado de venta, como muchos suponen, sino paralelamente, al de adquisición; y no sólo a las materias primas que componen nuestro producto, sino a las partes mismas, ya elaboradas, que lo integran. Un habano -por ejemplo-, cuya concepción original proviene de Cuba, se elabora hoy con tabaco recogido en las vegas de Santo Domingo; con fibras cultivadas en tabacales de San Andrés Tuxtla, Veracruz, y con la capa exterior proveniente de Camerún; las operaciones industriales se realizan en Kingston, Jamaica, y las comerciales se dirigen desde Nueva York. Se trata de un simple cigarro habano. A la globalización del mercado sigue el carácter internacional del capital. Encontramos una homogeneización en las finanzas: el dinero se ha convertido en un commodity sin origen particular. Pero debe tenerse en cuenta que la globalización económica no monopoliza todos los aspectos internacionales de la vida: la empresa ha de encararse con la multiculturización. Las diversidades caracterológicas, étnicas y geográficas de cada pueblo están adquiriendo una mayor autoconciencia y autoafirmación, no siempre de signo positivo. Nuestras empresas tienen que convivir sabiamente con la generalización económica y con la especificidad cultural. El individualismo analítico de los norteamericanos, la armonía sintética de los japoneses, el interés social y aprendizaje de los alemanes, la seguridad y calidad de los suecos, el sacar fuerza de flaqueza de los holandeses,... representan diversas maneras de hacer negocios. Diversidades entre las que el director mexicano ha de asimilar aquéllas que consuenen y aumenten su propio modo de ser, que también lo tiene y que debe descubrir y aprovechar. Por otra parte, la globalización del mercado, de la cultura y del dinero se ve acompañada por la del personal. Hoy los obreros de Detroit no compiten con los capitalistas de la Ford o de la Chrysler, sino con los propios obreros automotrices de Osaka o Kioto; y los competidores directísimos de nuestros operarios textiles del Estado de México son sus homólogos de Corea o Bangladesh. No obstante, este movimiento de dilatación necesita ser complementado paradójicamente por otro de contracción. Si en el terreno del mercado, dinero y personal debe pensarse a lo grande del mundo, en el del producto y servicio se ha de pensar a lo pequeño de su especialidad.
Heinrich von Peirer, Presidente de Siemens, la mayor compañía privada alemana, señala que el título de global player, exige tres inapreciables condiciones: en primer lugar, debe tener, al menos en uno de sus productos, una posición de primera línea en los grandes mercados del mundo; en segundo lugar, los directores en sus diversos lugares han de ser ejecutivos oriundos del país en cuestión; finalmente, cada actividad ha de dirigirse desde el sitio en donde se encuentra la mejor habilidad operativa para un aspecto determinado del negocio. Esta constricción a especialidades muy determinadas en el producto o servicio es precisamente la que permite la apertura globalizadora, la cual hace posible que las empresas medianas y pequeñas puedan abrirse al gran mercado del mundo, dando origen a lo que en la bibliografía del management se denomina empresa virtual. Sería así virtual una empresa que inexplicablemente elabora un determinado producto o presta un servicio específico sin contar con lo que antes se consideraba como imprescindible. Hasta hace poco, las empresas buscaban la integración de todas las operaciones generadoras de valor económico. Yo tendría que hacer todo aquello que proporcionara un valor agregado a mi producto o a mi servicio; pudiéndolo hacer yo, sería estúpido permitir que otro lo hiciera, obteniendo él una utilidad que me correspondería a mí. Nacieron entonces los grandes grupos de empresas que iban diversificándose, por arriba, en busca de la materia prima original y, por abajo, en busca del último consumidor. El concepto de la empresa virtual procede al revés: cada empresa debe plantearse qué operaciones de la cadena de valor agregado han de pertenecerle o estar fuera de ella (vale decir, si las personas que las realizan deben encontrarse en su nómina o entre sus proveedores y clientes). En este punto se juegan ahora las cartas principales de la baraja de cada negocio. No debemos, por tanto, elaborar lo que puede ser hecho por entidades ajenas con menor costo, mayor calidad y menor tiempo. Tales funciones serán realizadas por clientes o proveedores contratados por proyecto. Más aún: yo sólo debo realizar aquello que sepa hacer con costo, calidad y tiempo mejor al de cualquier otro en el mundo. Ahí se debe concentrar toda la densidad de mi negocio; lo demás será encargado a empresas ajenas a mí, pero asociadas conmigo en una red de diseño, producción, servicio y venta que los japoneses denominan Keiretzu en donde lo propio y lo ajeno forman líneas sutiles de no fácil discernimiento; esto es, un nodo, un complejo tejido de actividades planetariamente coordinadas, aunque con distinto accionariado, propiedad o dominio. Ya en 1990 el productor de ropa femenina más grande de los Estados Unidos, Liz Claiborne Inc., contaba con 300 proveedores en Hong Kong, Corea del Sur, Filipinas y la República Popular China. En su extensa red de proveedores, una sola línea de producto puede incluir un suéter tejido a mano de Corea, un suéter a máquina de Taiwan; una camiseta de algodón de Malasia y otra de Panamá; una falda de seda estampada de Japón, otra de color liso de algodón de Tailandia y pantalones de rayón de Corea. Lo importante es que cada una de estas prendas debe estar bien hecha y debe combinar exactamente con las demás. Asimismo, Hella KG Hueck, fábrica de luces delanteras, cuenta entre sus clientes a Volkswagen, Mercedes Benz, Ford, Renault, Fiat, Chrysler, Toyota y Nissan (Glouchevitch, Juggernault, Andrés Bello, Chile, 1995). Lo sorprendente para nosotros es que este doble movimiento de diástole y sístole, se dé también en la pequeña empresa italiana, caracterológicamente más cercana a nosotros.
Es evidente también que la informática, el internet, la fibra óptica y el correo electrónico, resultan herramientas muy útiles para esta sincronización de tantos elementos de tantos productos o países diversos. Pero lo que no resulta tan evidente es lo principal: la herramienta cibernética tendría un efecto contraproducente si estuviera privada de un factor ético decisivo, que es la piedra de toque de toda empresa virtual: que cada uno de los puntos de la red tenga la capacidad de cumplir los compromisos exactamente como fueron prometidos. Ésta es la condición sine qua non: que los factores vinculados sean cumplidores de sus promesas. Como siempre, en el fondo de cualquier negocio, incluso el virtual, lo decisivo no es la técnica sino la ética. El software más sofisticado se atascaría si quienes se relacionan por medio de él no responden de su palabra.
2) Síntesis entre las vertientes humana y tecnocrática de la empresa Peter Drucker nos anticipó con clarividencia hace veinte años que en la administración del futuro los materiales perderían progresivamente valor mientras que los conocimientos progresivamente se revalorizarían. Digámoslo metafóricamente: el hardware es ahora menos valioso que el software. Pero, ¿de qué conocimientos estamos hablando? Para el caso del director, estos conocimientos no se identifican con la acumulación de los saberes propios de los especialistas. Diríamos que es al revés: el director de una empresa no necesita, para ser buen director, conocer lo que saben todos los especialistas a su cargo. El management implica por esencia la acción de síntesis entre las diversas especialidades: la ingeniería de producción, la economía del mercado, la jurisprudencia del abogado corporativo, la psicología del director de personal, las reglas contables del contralor, los sistemas financieros del tesorero... No requiere saber más acerca de tales campos que quienes están responsabilizados de ellos. Necesita en cambio imperiosamente de un conocimiento distinto, una perspectiva diversa: la capacidad de interrelacionar todos esos elementos heterogéneos -y muchos más- que concurren en la organización; factores disímbolos que gozan cada uno de legítima autonomía; profesiones y oficios con códigos técnicos y operativos dotados de tal coherencia interna, que los hacen irreductibles a los códigos de otras operaciones con los que, no obstante, deben relacionarse íntimamente. Esta aptitud de armonía o ensamble se llama interdisciplinariedad. Por eso yerran quienes pretenden perfeccionar la acción directiva por medios tecnológicos, a los que se añaden postizamente prótesis de cultura, lo cual acaece en casi todas las escuelas de negocios, de administración, de ingeniería. La interdisciplinariedad es fundamentalmente humanista. Pero la interdisciplinariedad de la que hoy hablamos reviste una característica nueva, debido a la importancia que reivindican para sí los aspectos culturales, éticos y antropológicos en las empresas. Zagal Arreguín asegura que el meollo de lo postmoderno es la síntesis entre la vertiente humana y la vertiente tecnocrática; la reconciliación entre el mundo vital (cotidiano, personal y sencillo) y la complejidad de la tecnoestructura. He aquí la bicefalia directiva a la que nos referimos. El director necesita ahora no ya la exactitud del ingeniero ni la habilidad del político, sino ambas simultáneamente. A los obtusos problemas predominantemente técnicos se añaden hoy los culturales, morales, sociológicos, ni menos complicados ni, evidentemente, menos profundos. Conocemos a muchos matemáticos rigurosos y exactos, pero no siempre simpáticos; conocemos también a muchos políticos simpáticos pero rara vez rigurosos y exactos. Y esto es lo nuevo: ambos aspectos -la tecnología y la cultura- reclaman hoy en la empresa su primacía con paridad de rango. Si siempre fue necesaria su síntesis, hoy no se trata de una mera necesidad, sino de una perentoria exigencia: fracasará toda empresa que no cuente con directores capaces de entenderse con los hombres tanto como manejarse con los números.
3) Colaboración y competencia Además de los dos caracteres ya mencionados que el empresario debe asumir simultáneamente, el perfil del management abocado ya al siglo XXI debe incluir en su cultura otro carácter: la subordinación de la competencia a la colaboración. El hombre de empresa resaltaba hasta hace poco tiempo el talante competitivo de la vida. Estoy muy lejos de desmerecer esta característica insustituible en los negocios. Sin la competencia los procesos mercantiles se paralizarían. Pero nuestro error es el de elevar la competencia al lugar privilegiado de las relaciones humanas, convirtiendo así todos nuestros nexos individuales en transacciones mercantiles. No sobreviven entonces los más fuertes -como querría Darwin- sino los más violentos. La violencia, bajo el eufemismo de agresividad, se convierte así no sólo en la ley de la calle -del asalto, del secuestro- sino en el régimen de nuestras propias empresas. Max Weber manifestaba el carácter impersonal del mercado al afirmar que cuando el mercado se abandona a su propia legalidad -la oferta y la demanda- no se conoce ninguna obligación de fraternidad ni de piedad, ninguna de las relaciones originarias de las que son portadoras las comunidades de carácter personal. Este modo de hacer empresa, que arranca de Maquiavelo, Hobbes, Rousseau, Adam Smith y, por paradójico que parezca, de los mismos Marx y Freud, tiene como fundamento una concepción equívoca -aunque desgraciadamente difundida- del hombre, según la cual éste es fundamentalmente egoísta. De modo que la sociabilidad es un fenómeno accidental y aleatorio del ser humano; el así autodenominado presuntuosamente realismo político destaca tanto el egocentrismo del gobernante como el del empresario, que se sirven de los demás como escalones para su éxito personal. Destouzos (Made in America) ha dictaminado seriamente, al estudiar los problemas en la industria del país aún más poderoso del mundo, que hay en él un exceso de competencia y un déficit de cooperación, al punto de que muchos empresarios han atrofiado la innata capacidad de todo hombre para lograr metas comunes con los demás, porque sólo saben competir versus otros. ¿Por qué hemos descarnado nuestras relaciones de negocios hasta proscribir en ellas lo que es más serio de la vida? ¿No es el momento de hacer compatible la vida de la empresa con una existencia verdaderamente humana, en donde nuestros auténticos valores no sólo no se marginan, sino que, al revés, dan aliento, vida y estímulo a todos nuestros trabajos profesionales, incluyendo los mercantiles? Quizá menos influidos por el modernismo occidental, los denominados tigres del Pacífico han retomado una concepción más auténtica del hombre, según la cual las relaciones personales, la sociabilidad y, por qué no decirlo, la solidaridad, no son meros epifenómenos, estadios accidentales de la verdadera naturaleza humana, sino todo lo contrario: dimensiones específica y auténticamente humanas. A pesar de lo aparentemente novedoso e ingenuo de esta postura, sus raíces se remontan hasta los albores de las visiones racionales del mundo. Ya Aristóteles había dicho que se podía ser feliz sin dinero y sin poder, pero no sin amigos.
Hoy se sabe que el espionaje industrial, además de caro, tiene efectos a muy corto plazo; que una dirección que explota al trabajador genera alta rotación de personal; que el manager y el trabajador en general no pueden vivir con una esquizofrenia de valores distintos entre la empresa y su hogar; que los conocimientos y la información pueden compartirse entre los competidores, en beneficio de todos. Dejemos de lado el análisis de la imposibilidad de un éxito profesional estable, de larga duración, utilizando a mi prójimo como escalón, y llevando una vida personal o familiar desintegrada. En el terreno meramente pragmático, no es casual la coincidencia de la empresa virtual y este nuevo énfasis de la cooperación por encima de la competencia, y esta vuelta a lo clásico ha mostrado su éxito en empresas como Harley Davidson, Salomon Brothers, Hewlett Packard, Bimbo, o, en su momento, la línea aérea People Express. Es increíble que a estas alturas muchos empresarios sigan concibiendo que un clima de intimidación, inhospitalidad y ausencia de reconocimientos pueda generar frutos positivos; concepción errónea no sólo por ser antropológicamente falsa, sino también pragmáticamente miope.